Apareció un día cualquiera, viajaba en la memoria Flas de un amigo, quien sin acordarlo con él, de forma espontanea, se había constituido en su promotor. Doble clic sobre el archivo de vídeo y allí estaba, con los ojos fuera de órbita y la boca abierta gritando a todo pulmón, Jama, aquí lo que hace falta es jama.
El efecto que tuvo el audiovisual en mí se replicó en millones de compatriotas. Y no era para menos, quién podía prever que Pánfilo, un alcohólico desconocido hasta ese momento, iba a lograr lo que ni la prensa independiente, ni los partidos políticos de oposición al régimen castrista habían logrado; exponer de forma tan gráfica y con tan pocos recursos, el hambre que padecen sectores amplios de la sociedad cubana.
De un día para otro Pánfilo se convirtió en la voz de los marginados. Por doquiera se podía escuchar a cubanos de a pie parodiando al Pánfilo real: Te lo dice Pánfilo de Cuba, Jama, aquí lo que hace falta es jama. En el internet el efecto fue viral. Alguien le subió a You Tube y a partir de ese momento quedó establecida la panfilomanía.
La presencia del etílico Pánfilo en la conciencia ciudadana preocupó al Poder, quien le aplicó el mismo tapa bocas empleado por décadas para apagar el balido de las ovejas descarriadas; la prisión. Sólo el clamor mundial que protestó el abuso le devolvió la libertad.
Hacía mucho que no sabía de él. La voz pópuli rumoraba que el castigo le había regresado la sobriedad y que ahora se comportaba como lo hacen los buenos súbditos, mirando para otro lado.
Sin embargo un vídeo tomado la semana pasada con un celular desde el malecón de La Habana me ha traído de regreso al Pánfilo auténtico, al que por su forma de actuar, desinhibida y locuaz, sin falsos estereotipos concebidos para poses de cámara, se muestra tal cual es, con sus luces y sus sombras; eso sí, aclarando que hay hambre de verdad y que no lo van a callar.
Sin tabúes le dice a cuantos se encuentra en el malecón capitalino que ahora vive del cuento, o lo que es lo mismo, se aprovecha de su momento de fama, para que algunos samaritanos onerosos le regalen algunas monedas con las que acallar el estómago y de paso comprar alguna bebida espirituosa que le difumine la realidad que padece.
De pareja en pareja, de grupo en grupo, va recorriendo el kilométrico muro de concreto saludando y enunciando las palabras mágicas, Aquí lo que hace falta es. Los receptores le devuelven su gesto de irreverencia verbal para con el poder, con sonrisas y monedas, y en ese intercambio informal todos ganan, Pánfilo, la oportunidad de llevar algo a la boca, los contribuyentes, el desahogo que nace cuando alguien se atreve a proclamar libremente lo que ellos por miedo se callan.
Y tras breves minutos de proclama callejera se va alejando del lente de la cámara, que ahora le recrea en la pantalla de mi televisor. Ojalá y no lo puedan callar me digo, mientras pongo un CD en la disquera de mi PC para reproducir el material que luego regalaré a mis amigos. |
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